Nada más pasar la
garita del peaje, conecté el artilugio en la radio del coche.
A ver, chavalín...
¿qué nos has preparado aquí?
Sonrisas confiadas.
Simon se aflojó el cinturón para hacerles sitio a los músicos. Lola bajó el
respaldo de su asiento, y yo aproveché para acurrucarme en su hombro.
Marvin en plan jefe de
pista: Here my dear... This album is
dedicated to you... Una versión
desenfrenada del Pata Pata de Miriam
Makeba para ir entrando en calor, Hungry
Heart del Boss, porque hace quince años que el Boss nos hace mover el
esqueleto, y, más adelante en la lista, The
River, para alimentar ese corazón hambriento. Beat It, del difunto Michael Jackson, a todo volumen para dar
volantazos en la carretera, Friday I'm in
love, de los Cure, para —perdonad un momento que bajo el volumen— celebrar
el fantástico fin de semana que acabábamos de pasar, Common People de Pulp, canción con la que habíamos aprendido más
inglés que con todos nuestros profes juntos. Amado mío, la que canta Rita Hayworth en la película Gilda, que nos da subidón a todos... Amado mío, love me
forever, and let forever begin tonight...
Y
ya que estábamos en plan romántico, le seguía una bellísima versión de Bésame mucho interpretada por Cesária
Evora, Bésame, bésame mucho, como si
fuera esta noche la última vez... Una versión sublime de I Will Survive, de Musica Nuda, y otra
de My funny valentine, de Angela
McCluskey, con la voz rota. De ella también, un Don't explain que podría emocionar al picaflor más cabronazo...
Aznavour, con esa voz suya tan cálida, recordándonos cómo era la vida de los
artistas sin gloria y sin blanca en La
Bohême... El violín de Yo-Yo Ma para Ennio Morricone y sus jesuitas de La misión, Jacques Brel evocando el
puerto de Amsterdam y Dylan repitiendo sin tregua I want you a dos hermanas casi vírgenes, un par de joyas de Nick
Drake, fabulosas odas a la melancolía, Day
is done y Cello song, qué talento
este chico, lástima que muriera tan joven... Love me or leave me, implora Nina Simone mientras sorprendo a Lola
frotándose la nariz... Hey, hey, hey, a Simon no le gusta ver a su hermana
triste, así que rápidamente cambia las tornas y le pone a las Weather Girls con
su It's raining men, para animarla...
Yves Montand en recuerdo de Paulette y Simon & Garfunkel porque sí, porque
emocionan con su canción For Emily,
whenever I may find her... ese final apoteósico que te pone la carne de
gallina, Oh, I love you... Eu sei que vou
te amar, cantada por Toquinho, y Comptine
d'un autre été de Yann Tiersen, Björk que grita it's oh so quiet, el Nisi
Dominus de Vivaldi para complacer a Camille y la canción de Neil Hannon que
tanto le gustaba a Mathilde. Kathleen Ferrier para Mahler, Glenn Gould para
Bach y Rostropovich para la paz. Una canción dulce, Une chanson douce, de Henri Salvador, la misma que nos cantaba
nuestra madre y que, chupándonos el dedo, escuchábamos hasta que nos quedábamos
dormidos. Lucio Dalla con su Caruso... ti
voglio bene assai, ma tanto tanto bene sai... La banda sonora de En la boca no, esa peli que me salvó la
vida en un momento en que yo ya no quería seguir viviendo. Y otra banda sonora,
la de Juegos prohibidos, con ese Romance anónimo no tan anónimo...
Seguimos con el mítico Luis Mariano, que alaba a golpe de gorgorito el sol de
México, Pyeng Threadgill repite Close to
me y yo me digo que eso sí que es el no va más... La elegancia de Cole
Porter sublimada por la de Ella Fitzgerald, y a esto le añadimos Cindy Lauper
porque los contrastes son buenos, Oh,
daddy, the girls just wanna have fun!, grito, sacudiendo a mi perro como si
fuera el pompón de una animadora, para que todas sus pulgas bailen a gusto La
Macarena.
Y muchas más...
Montones de megaoctetos de felicidad.
Guiños, recuerdos,
lentas fallidas en memoria de fiestas aburridas, music was my first love (For Connoisseurs only), Vincent había
puesto un poquito de klezmer, la música alegre y festiva de los judíos del este
de Europa, música de la Motown, música tradicional francesa, la que se tocaba
con acordeón en los merenderos, canto gregoriano, fanfarrias o grandes órganos,
y, de pronto, cuando el coche se estaba bebiendo toda la gasofa hasta la
reserva, Ferré y Aragon cantaron su asombro: Est-ce ainsi que les hommes vivent?, ¿así es como viven los
hombres?
Cuantas más canciones
escuchábamos, más me costaba contener las lágrimas. Vale, ya lo he dicho antes,
estaba cansada, pero sentía una bola en la garganta cada vez más gorda, cada
vez más gorda...
Eran demasiadas
emociones a la vez. Mi Simon, mi Lola, mi Vincent, mi Yo-alucino en mi regazo y
toda esa música que me ayudaba a vivir desde hacía tanto tiempo...
Tenía que sonarme la
nariz.
Cuando la máquina
calló, creí que me sentiría mejor, pero entonces el desgraciado de Vincent
empezó a hablar por los altavoces:
«Y ya está, se acabó,
hermanita. Bueno, espero que no se me haya olvidado nada... Ah, sí, espera,
aquí va la última...»
Era la versión de Hallellujah de Leonard Cohen que había
hecho Jeff Buckley.
Con los primeros
acordes de guitarra me tuve que morder los labios y me quedé mirando fijamente
la lamparita del techo para contener las lágrimas.
Simon movió el
retrovisor para que no tuviera escapatoria:
—¿Qué? ¿Estás triste?
—No —contesté,
resquebrajándome por todas partes—, estoy súp... súper feliz.
Anna Gavalda
La Sal de la Vida
Hallellujah, Jeff Buckley