— ¿Es Bob Dylan?
— Sí —dije. Bob Dylan estaba cantando Positively Fourth Street. Aunque hubiesen pasado veinte años, una buena canción seguía siendo una buena canción.
—A Bob Dylan enseguida se le reconoce — dijo ella.
—¿Porque es peor con la armónica que Stevie Wonder?
—No, no es por eso. Es que tiene una voz muy especial —dijo ella—. Su voz recuerda a un niño de pie delante de la ventana, mirando cómo llueve.
Haruki Murakami
El fin del mundo y un despiadado país de las maravillas