jueves, 21 de junio de 2012

Son de Mar, Manuel Vicent

Llegaron a la ciudad cuando ya oscurecía y hasta la explanada del puerto llegaba la música que venía de la terraza del náutico donde había un baile y el vocalista cantaba esa canción que decía: Tú me acostumbraste / a todas esas cosas / y tú me enseñaste / que son maravillosas / sutil llegaste a mí / como la tentación, y en el paseo de las Palmeras las madres jóvenes tiraban de los carritos de bebés y las cantinas de pescadores bajo los arcos estaban empapadas de humo y alcohol. Antes de separarse Ulises y Martina se chuparon mutuamente la lengua para sellar la excursión. Esa misma noche la chica se colocó detrás del mostrador de El Tiburón a servir copas a los marineros y el joven profesor se fue a su estudio del barrio de pescadores a corregir exámenes. Ambos volvieron a su mundo: él con Júpiter y otros dioses y ella con Quisquilla y otros clientes borrachos y no se sabe quiénes contaban cosas más alucinantes si los marineros al pie de la barra o los estudiantes en los ejercicios escritos, dos mitologías llenas de mentiras, pero una cosa era cierta: Ulises Adsuara se sentía cada día más atraído por el mundo de los marineros reales y por las historias que contaban otros desechos humanos en el puerto; en cambio Martina comenzaba a estar subyugada por las fábulas de los héroes clásicos que Ulises le leía. Ella ya había incorporado los ojos del caballo en el aljibe como uno de los mitos de su vida cotidiana.

Manuel Vicent
Son de Mar


Tú Me Acostumbraste, Olga Guillot